Hubo en España una generación irrepetible de maestros en la edad de oro de la Pedagogía. Palmira Plá fue uno de ellos. Hizo frente a las mil caras de la adversidad, desde la poliomielitis que sufrió, pasando por su firme voluntad de cursar los estudios de maestra, la convicción con la que trabajó para levantar su escuela en Venezuela, o su manera de “no mirar atrás” después de superar las dificultades de las guerras y del exilio.
Palmira Plá nació en Cretas. Durante su infancia, que pasó en Cedrillas, sufrió un ataque de poliomielitis que marcó su carácter: su capacidad de sacrificio, su tenacidad, la firme voluntad de hacer realidad sus proyectos.
Siendo estudiante de Magisterio en Teruel acudía a la Casa del Pueblo para enseñar a leer a mujeres que no habían asistido durante su infancia a la escuela. Durante la II República fue alumna del Plan Profesional, el mejor plan de formación de maestros del siglo XX. Palmira Plá paseó su entusiasmo de joven maestra en el Teruel republicano del tiempo de la gran ilusión
La sublevación militar de julio de 1936 le sorprendió. En septiembre recibió la orden de presentarse en la oficina administrativa que funcionaba en Alcañiz, localidad que asumió las funciones de la capital administrativa de la provincia de Teruel. Le propusieron que se instalara en Caspe para hacerse cargo de las colonias escolares que se organizaron en la zona leal a la República para preservar a los niños de los horrores de la guerra.
En noviembre de 1946, después del dolor de dos guerras, después de una década de sufrimiento, Palmira Plá se casó con Adolfo Jimeno Velilla. Unos meses más tarde, embarcaron rumbo a Venezuela. Dejaban atrás una Europa en ruinas, dejaban las ruinas de su propia juventud. Salvadas las dificultades iniciales, comenzaron a dar forma al sueño de su vida: el Instituto Escuela-Calicanto, que empezó a funcionar en Maracay con quince niños, y que multiplicaba anualmente la matrícula. En aquel centro, Palmira Plá pudo proyectar su pensamiento pedagógico, una manera de entender la educación muy próxima a la Institución Libre de Enseñanza. En el Instituto Calicanto la norma esencial era el respeto a las personas y a los credos de todos los alumnos. En 1974 una grave enfermedad de su marido hizo que regresaran a España.
En los últimos años Palmira Plá recibió algunos reconocimientos en Aragón: Premio del Consejo Escolar de Aragón y la Medalla José de Calasanz, que otorga anualmente la Consejería de Educación Cultura y Deporte.
Palmira Plá creía en el potencial de la educación para transformar la sociedad. “He sido una mujer de acción, y mi acción ha sido la escuela –decía–. Creo que durante toda mi vida he hecho lo que tenía que hacer. Si me lo permitís os daré un consejo: no renunciéis nunca a vuestros principios”.
Unas semanas después, Abdalá finalizaba su torre, la del Salvador. Cuando el andamio fue retirado y los ciudadanos pudieron contemplar la nueva obra, se quedaron totalmente sorprendidos: las dos torres, salvo algunos detalles, eran muy similares.
Fragmentos de la obra de Víctor Juan dedicada a Palmirá Plá: “El compromiso irrenunciable”